Una de las fases por las que pasa todo proceso de acompañamiento consiste en facilitar o favorecer que la persona tome conciencia de sí y de su situación, que haga contacto consigo misma. Si no sé cómo estoy, cómo me siento o qué necesito, no podré empezar un proceso de cambio y de crecimiento.

Sin embargo, esta toma de conciencia puede estar bloqueada de muchas maneras: la existencia de constructos o guiones de vida que estén frenando la atención a los propios afectos o necesidades (o que, simplemente, las nieguen), la sustitución de la realidad en la que se está por una interpretación de la misma convenientemente rumiada y elaborada por la imaginación… En estos casos, para avanzar, lo que debemos hacer es confrontar a la persona para que vaya más allá de sus bloqueos, cegueras, constructos, imaginaciones, etc.

Otro caso en el que la toma de conciencia de uno mismo y de la propia situación está bloqueada, es aquel que tiene que ver con un estilo de vida muy concreto: el modo “aceleración continua”, según el cual la persona se somete sin respiro a la lógica y mecánica de las actividades cotidianas, concediéndose breves momentos de descanso (mediante actividades compensatorias igualmente perturbadoras, enajenantes, ofuscantes y, si se me permite, atolondrantes). Así, el tiempo –cronos– se vive con angustia por su permanente escasez. No me tomo tiempo para nada, porque siento que no lo tengo.

Este es el modo de vida en el que la actividad diaria (laboral, personal, social, familiar…) es frenética y en el que, por tanto, la persona está sometida a una fuerte presión, a prisas permanentes. Me voy corriendo a la oficina, vivo a presión en mi puesto de trabajo (nunca llego a hacer suficiente, nunca termino por cumplir lo previsto en agenda…), me marcho corriendo a hacer compra, a comer y a realizar las tareas domésticas, mis apariciones en los encuentros familiares son fugaces (cuando puedo acudir), así como también mi tiempo dedicado al autocuidado (gimnasio, natación…) o mis recesos (devorados por el WhatsApp o las redes, por vídeos de YouTube, TikToks o reels de Instagram).

La experiencia mecánica del cronos se cronifica y, finalmente, nos devora. La sensación permanente es la de que “Me (o nos) falta tiempo”, la de que no dispongo de un minuto para nada, la de que no tengo tiempo: acronía. Y la acronía se cronifica.

El resultado es un estado continuo de inquietud, ansiedad, tensión y sometimiento ante los impulsores que nos invitan a hacer más, a hacerlo más rápido, a asumir más cargas y más tareas. La secuela que deja en la persona es la pérdida de paz, la ansiedad y la insatisfacción permanente. Como la persona ha perdido contacto consigo misma y ha ocluido todas sus fuentes profundas del yo, se vierte al exterior e intenta compensar su estado de inquietud.

Así, le exige a la bebida, las series o a la pareja que compensen y calmen su estado de intranquilidad, agitación y comezón. “Mata el tiempo” con distracciones y diversiones que son dispersiones, pero, al fin y al cabo, todo sigue igual. Este camino siempre produce frustración.

La persona, entonces, se vuelca en el exterior (fiestas, viajes, compras…) o se cierra en sí (en sus ocios y pequeños placeres). Pero, en todo caso, sigue sin contacto consigo y, por tanto, tampoco con los demás.

En este estado, la presión ambiental se traduce en malestar afectivo y, finalmente, este se presenta y notifica corporalmente con un malestar más o menos difuso, con dolores variados o cansancio. El recurso a ansiolíticos o ibuprofeno resulta meramente cosmético. El cuerpo, mientras, va acumulando tensiones, bloqueos, endurecimiento… hasta que enferma. Y no es cierto eso de que “el tiempo todo lo cura”. Hay que tomarse tiempo, detenerse, respirar y tomar conciencia de esta acronía crónica.

Para ello el acompañamiento ha de ser un proceso (en cada una de sus sesiones de encuentro) de sosiego y de facilitación, sólo de esta forma la persona respirará y tomará conciencia de sí; el cronos devengará por momentos en kairós (tiempo de gracia), en tiempo denso.

Al hilo de lo anterior, resulta fundamental promover el auténtico encuentro con el acompañado para que, deteniéndose en su loca carrera, el propio acompañado tome conciencia de sí.  Y este encuentro ha de estar bañado por una experiencia lenta del tiempo, por experiencias densas que alarguen la vivencia del tiempo y logren que la persona se detenga.

La acogida tranquila, los ejercicios de respiración, de relajación, el sosiego en el diálogo, la escucha activa, el tono pausado en la conversación, las preguntas profundas y reestructurantes (seguidas de un tiempo para que “hagan efecto”, tiempo de silencio), … son algunos de los ingredientes que necesitaremos si aspiramos a lograr transfigurar el tiempo.

Basta una experiencia de kairós para empezar a sanar la acronía crónica.

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