Bien a causa de heridas afectivas producidas en los primeros años (la mayor parte de ellas en el contexto familiar) o bien por la educación recibida (vehiculada sobre todo por la familia) son frecuentes los fenómenos de bloqueo afectivo.
Estos bloqueos han de ser resueltos en el acompañamiento para que las personas puedan tomar libre contacto consigo y con su entorno. No hacerlo, suele llevar a estas personas a tratar de compensar (o tapar) sus bloqueos emocionales con comportamientos muy racionales, fríos e inexpresivos o bien con un gran activismo (laboral, deportivo, académico…).
No hace mucho tiempo, en las familias, se decía a los varones: “Los hombres no lloran”. Y este es un perfecto ejemplo de “mandato social”, de imperativo educativo que bloquea los afectos. Del mismo modo, en la actualidad, existen diversas formas culturales que imponen la frialdad, que enseñan a bloquear toda conmoción interna y, a su vez, toda empatía con los otros.
Esta prohibición a sentir también se produce en grados devastadores y con consecuencias demoledoras cuando un niño o adolescente sufre una agresión o abuso (exterior o, peor, en el contexto familiar) y la familia lo minusvalora, lo ignora e, incluso, lo tapa. El daño personal es enorme y el resultado, un bloqueo afectivo (por pura supervivencia de la víctima).
¿Cómo podemos, por tanto, mediante un proceso de acompañamiento, propiciar la superación de estos bloqueos?
Evidentemente, en función de las causas de los mismos, hay diversos niveles de bloqueo y también existen muchos procedimientos para favorecer el desbloqueo. En todo caso, la estrategia que no hay que seguir nunca es la de pedir directamente a la persona que sienta, forzarle a expresar sus afectos. Esto sería algo así como mandar a un insomne que duerma.
Por otro lado, es fundamental que, antes de iniciar el proceso, dotemos a las personas acompañadas de una mínima noción de lo que son los afectos (como conmoción y atemperamiento interior, como respuesta a lo que sucede o lo que se piensa que sucede) y, así mismo, dotarles de un mínimo vocabulario de afectos básicos (porque, habitualmente, lo que mucha gente responde cuando se le pregunta por cómo se siente es: “Bien”, “Mal”, “Tirando”, “Ya ves”… y esto no ayuda a gestionar la afectividad).
También resulta conveniente hablarles de los impulsores más comunes (por si reconocieran haber asimilado o introyectado alguno como propio), para que se den cuenta de que sus bloqueos afectivos pueden proceder de esos: “Sé fuerte”, “Responsabilízate de todo”, “Tú puedes”, “Sé perfecto”, “Ten cuidado”, “Complace a todos” …
Así, cuando acompañamos a una persona, matrimonio o familia y queremos lograr que tome conciencia de cuáles son sus afectos prohibidos o bloqueados, podemos poner en marcha una dramatización en la que le iremos enumerando diversas circunstancias por las que cualquiera podría pasar durante un día (unas alegres, otras difíciles; unas amenazantes o peligrosas, otras injustas o dramáticas; unas esperanzadoras, otras desesperadas…).
Esta experiencia se puede proponer como visualización estando sentados o también moviéndose físicamente por diversas habitaciones, en cada una de las cuales se “vivirá” una escena. Al final se pedirá a la persona o personas que enumeren los diversos afectos que han sentido para comprobar, de este modo, cuáles son las ausencias significativas.
Una vez hecha esta visualización (con más o menos desarrollo teatral) buenas herramientas para que la persona comience a acceder o a permitir su afecto son las siguientes (aplicables tanto a personas como a grupos familiares y, en este caso, todas simbólicas):
- Dramatizaciones, encarnando la persona acompañada a un personaje en una circunstancia determinada que favorezca la expresión -verbal y no verbal- de determinado afecto. Si son varias, se les puede pedir que representen diversos roles o un personaje con unas circunstancias específicas cada uno. Es posible hacer una pequeña obra de teatro o utilizar muñecos de guiñol o títeres. El caso es desplazar lúdica y simbólicamente el trabajo con los afectos, para que esto facilite su expresión.
- El storytelling también resulta un buen modo de trabajar afectos: a través de él invitaremos al acompañado o a cada uno de ellos a narrar un cuento que simbolice su momento biográfico. Hablando luego de lo que expresan y dicen los personajes de la narración será mucho más sencillo acceder a los afectos del protagonista (pues el acercamiento se hará de modo indirecto). En realidad, como señala la psicoterapia Gestalt respecto de los sueños, todos los personajes reflejan afectos y situaciones de la persona que los narra/sueña.
- Téngase en cuenta que también los afectos tienen una manifestación “simbólica” a través del cuerpo. Testigo de ello son todas las patologías psicosomáticas. Por eso, dado que todo afecto tiene resonancia corporal, se puede trabajar la toma de conciencia de los afectos a través de su manifestación muscular.