Si a un guitarrista especialista en jazz se le propone la lectura e interpretación de partituras de Bach (de modo especial, las obras para laúd) es más que probable que descubra un nuevo mundo, que tenga una experiencia que conmueva su propia visión interna no sólo del jazz sino de la música. Así, sin necesidad de asistir a un curso de armonía, de técnicas de fingerstyle o de interpretación musical, la experiencia de primera mano le abrirá con fuerza una nueva perspectiva que se traducirá en una nueva forma de hacer e interpretar la música.
En general, son las experiencias nuevas, agradables o dolorosas, las que más perspectivas y novedades nos abren en la vida, las que más nos permiten la maduración o el cambio. Por ello, en el método del acompañamiento, un momento clave radica en la promoción de experiencias en el presente que permitan cambios profundos y una nueva autocomprensión.
El médico y psicoanalista húngaro Franz Alexander proponía la “experiencia emocional correctiva”, según la cual en un proceso terapéutico o de sanación no resulta necesario sacar a la luz todos los sentimientos reprimidos, ni remover toda la historia dolorosa. Es cierto que el pasado ha posibilitado el presente, pero las situaciones que me afectan, las encrucijadas, las necesidades, las heridas, los procesos biográficos, siempre los vivo en presente.
Por eso, según Alexander, es promoviendo experiencias afectivas alternativas como puedo cambiar las anteriores. Al explicar esto, Waztlawick, en El arte del cambio, propone a modo de ejemplo el pasaje de Los Miserables de Víctor Hugo en el que Jean Valjean roba diversos objetos en casa de un obispo. Cuando, tras ser cogido por la policía, es conducido a casa del obispo para verificar que los objetos robados son del prelado, éste afirma que Jean es su amigo y que se había dejado dos candelabros más, quedando de esta manera en libertad. Lo que la actitud del obispo produjo en Jean Valjean no fue una reestructuración cognitiva sino una experiencia profunda, una metacardia.
Esta metacardia, que lleva a un nuevo tipo de vida, puede proceder del encuentro con otro, de la lectura de un libro, de haber sido perdonado, de haber sido amado incondicionalmente…
Sin ser el único tipo de ejemplo posible, un paradigma de este tipo de experiencias las tenemos en las conversiones religiosas (que siempre son transformaciones biográficas). Así, Edith Stein cambia de vida radicalmente tras la lectura, de un tirón, de la Vida de Santa Teresa o Julien Green transformó su vida tras leer un libro de Santa Catalina.
Otras veces estas experiencias transformadoras nos ocurren cuando nos encontramos a alguien significativo, como les ocurrió a Jacques y Raissa Maritain con Leon Bloy; o a partir de una larga reflexión por amor a la verdad, como les sucedió a Agustín de Hipona, a Newman, a Chesterton o a García Morente. También pueden venir de la mano de una larga enfermedad, como fue el caso de Ignacio de Loyola. Incluso, tras experimentar directamente la sanación milagrosa de una enfermedad terminal, como sucedió con Alexis Carrel.
Todas estas son tipos de experiencias que conmueven los cimientos de la identidad y el argumento vital desde dentro.