Suele ser común en ciertas formas de coaching, al igual que en ciertas formas de terapia psicológica (sobre todo las influidas por la psicología dinámica) actuar desde el dogma de que las disfunciones presentes se deben a causas en el pasado, por lo que hay que intervenir en el pasado para recuperar un presente más funcional o sanado. Ha permeado como verdad incontestable que hemos de acudir a analizar, comprender y suturar las heridas del pasado si queremos vernos librados de sus efectos en el presente.

Desde la teoría y la práctica del acompañamiento sostenemos justo la postura contraria: que es interviniendo en el presente como podemos sanar la herida presente y que el pasado hay que leerlo a la luz del presente, si queremos dar pasos de sanación, crecimiento personal o maduración. No negamos esta propuesta que haya heridas en el pasado. Pero si esto es así, lo sabemos porque siguen abiertas en el presente; por tanto, es en el presente donde hay que intervenir. Y esta intervención no consiste en entender las causas para luego modificarlas. Por supuesto, puede haber un cambio de pensamiento, pero no es la clave de la sanación o la transformación. En esto los cognitivistas y el psicoanálisis se han quedado ‘cortos’. En realidad, es a través de nuevas experiencias del presente, experiencias intensas emocional y personalmente -auténticos acontecimientos personales- como podemos suturar las heridas presentes, fruto de otras experiencias de sentido contrario.

Es cierto que para que haya esta ‘metacardia’, este cambio de corazón, hace falta actuar como los genios: abriéndose más allá de los esquemas cognitivos y afectivos, a nuevas posibilidades en la acción, a nuevas experiencias en las que se prueban nuevas formas de pensar, sentir y actuar. Cerrarse en las propias maneras de pensar, sentir y actuar da seguridad, pero cierra la posibilidad de novedades, de sanación, de crecimiento.

Si mantengo una forma rígida de pensar, actuar y sentir a modo de identidad, de máscara, de exoesqueleto, seré resistente, pero no evolucionaré, no podré dar de sí. Es lo que, en términos biológicos, les ha sucedido a los artrópodos, a los crustáceos, a los miriápodos o a las tortugas. Reptiles y quelonios son resistentes, pero se han quedado anclados en el pasado. Sin embargo, los que se ‘han arriesgado’ a un exterior sin corsé, mas vulnerable pero más flexible, han evolucionado, es el caso de los mamíferos. Arriesgarse a nuevas posibilidades y experiencias en el presente es mejor camino para la sanación y maduración que el retranquearse en la rigidez defensiva de formas (mentales, afectivas o de comportamiento) ya adquiridas. Y toda nueva experiencia supone abrirse a un plano superior: pasar de las experiencias corporales a las afectivas, de las afectivas a las intelectuales, de las intelectuales a las espirituales, de las individuales a las comunitarias, de las inmanentes a las trascendentes.

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