Los navegantes, antes de que fuese inventado el GPS, se orientaban en la noche por la Estrella Polar, que es la estrella que marca el norte. Navegar sin norte era equivalente a estar perdidos, a malograr el viaje. También en la vida personal, cada uno puede lograr o malograr su vida en función de si camina con un “norte”, de si tiene un “hacia dónde”, un sentido y lo sigue o, por el contrario, no lo hace.

Cuando acompañamos a personas, tenemos que llegar, antes o después, a descubrir la causa de sus insatisfacciones más hondas que aquejan al acompañado, yendo habitualmente más allá de lo que manifiesta en sus quejas o en sus ‘dificultades’ más epidérmicas. Una de las fuentes más hondas de insatisfacción, de la que la persona acompañada ha de llegar a tomar conciencia a través de nuestras preguntas, es el de la frustración del sentido existencial. Y esto puede ocurrir bien por carecer de él, bien por substituirlo por otros sentidos parciales válidos en algún ámbito vital pero inoperantes respecto de la totalidad de la vida personal.

Viktor E. Frankl, el psiquiatra vienés creador de la Logoterapia, distingue en sus estudios diversos tipos de neurosis. Pero de entre todas destaca la neurosis noógena, que tiene su causa profunda no en el ámbito psíquico ni el en somático, sino en el espiritual o personal. Se trata de una alteración psíquica por ausencia de sentido existencial. Y la juzga la más importante. La neurosis noógena está condicionada y propiciada por la apacición de conflictos personales, morales o crisis existenciales a las que no se puede dar respuesta adecuada por ausencia de un para qué en la vida. Lo que sucede al producirse esta falta de sentido es que la existencia pierde su objetivo, deja de estar orientada hacia algo de modo que la persona se vuelve sobre sí, autocontemplándose. Sin embargo, esta hiperautoobservación y esta hiperreflexión son situaciones que, lejos de arreglar el problema, desencadenan procesos de angustia y despersonalizaciónm y es, frecuentemente, la causa de las diversas alteraciones o trastornos psicológicos.

El mismo Frankl señala que las consecuencias constatables del vacío existencial por pérdida de sentido son, unas, actitudinales y, otras, psicopatológicas.

Entre las primeras, destacan el hedonismo compulsivo, el conformismo, y el totalitarismo: la búsqueda compulsiva de placer es resultado de la insatisfacción existencial. Pero también es hacer lo que hacen todos como lo único que se puede hacer (conformismo) o hacer lo que hacen los demás, dejándose guiar ciegamente la persona por las directrices de la mentalidad dominante (totalitarismo).

Entre las segundas, lo que denomina Frankl la ‘tríada neurótica’: adicciones, depresiones y agresividad.

Pero puede ocurrir que no se carezca de sentido existencial, sino que se toma por sentido de toda la vida lo que de suyo podría iluminar sólo una parte de la propia biografía. Así ocurriría, por ejemplo, con la persona cuya ‘vida’ fuera sólo el fútbol, el trabajo, sus aventuras afectivas, su empresa, su gimnasio, sus viajes o hacer curriculum.

De entre todas las substituciones de sentido, existe una especialmente causante de respuestas violentas en el niño: el sometimiento de la persona y sus actividades a criterios de productividad y rentabilidad, a criterios pragmáticos. Se le trata como una máquina de la que se espera cierto rendimiento. ¿No se hace eso con los niños y los jóvenes cuando se les exige un rendimiento académico, cuando se les mide por sus buenas notas, por el aprendizaje de idiomas, por sus habilidades deportivas? ¿Y no seguimos los adultos con el mismo tipo de comportamiento? El resultado es dramático: se substituye la propia vocación por otra identidad impuesta. Se sacrifica la vida a los ídolos.

La toma de conciencia de estas formas de sustitución del sentido vital, a través de preguntas, es clave a la hora de un cambio hacia una vida que, en conjunto, esté lográndose, esté en camino de plenitud. Todo acompañamiento debe conducir a que cada uno encuentre su “Estrella polar”.

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