Todas las personas nos sentimos llamadas a dar-de-sí, a crecer en todas nuestras dimensiones, a actualizar nuestras potencias cada vez más. Pero este crecimiento puede ser frustrado de varias formas. Si ocurre, se manifiesta afectivamente en pérdida de alegría, pues la alegría es el Gaudium essendi, el gozo del ser cuando da de sí, cuando es fértil.
Algunas de las causas de esta falta de crecimiento que hay que tener en cuenta por parte de quien acompañe personas son:
1. Espontaneidad permisiva
Resulta frustrante del crecimiento personal la ausencia de principio de realidad e imperio del principio de placer. Es una frustración propia de los primeros años de vida de las personas y cuyas consecuencias son desastrosas. Se trata, en fin, de que la persona no es adecuadamente educada ya que no se le indicaron qué formas de pensar, actuar y sentir son más personalizantes, sino que se le dejó crecer espontáneamente. En este caso, unas veces por abandono y otros por ausencia autoridad, el niño crece sin normas claras, sin límites. No se prohíbe, no se indica lo conveniente, no se proponen valores, no se corrige. En este caso, la tendencia natural es que el niño actúe dirigido por sus impulsos, por su capricho, por sus sentimientos e ideas preconcebidas o por imitación de los criterios la mentalidad dominante en los grupos con los que está en contacto es decir, actuar conforme a lo que ‘se dice’, ‘se hace’, etc. El resultado será ausencia de autonomía, es decir, incapacidad para llevar las riendas de sí y, por tanto, para crecer, para la alegría no solo en la infancia sino en la vida adulta.
2. Heteronomía autoritaria
De modo antitético al anterior está el caso de aquella persona donde la normal heteronomía (pues nadie aprende a ser autónomo si de niño no fue guiado heterónomamente), propia de la educación y de la socialización de todo niño, cobra caracteres autoritarios y se ejecuta con gran inflexibilidad. También ocurre esta heteronomía ‘patológica’ cuando el niño no aprende a aceptar constructivamente que su voluntad y, sobre todo, sus deseos, están limitados por la voluntad de otros, por la necesidad de otros y por la realidad misma. De cualquier modo, el resultado final es que, en este caso, el niño vive sometido a instancias ajenas a su voluntad, inhibiendo y violentado su propio ser y su propio crecimiento.
El resultado de esta imposición ciega y rígida de normas, sin afecto, da lugar bien a un comportamiento sumiso (creando en compensación, una vida de fantasía donde podrá hacer sus propios deseos, actualmente mediado por las nuevas tecnologías), dando lugar a mecanismos de autoviolencia y de huida de lo real. Pero también, este autoritarismo puede desembocar en un comportamiento conflictivo: descubre que no le han dejado ser él y ahora quiere recuperar al asalto la identidad perdida. Sería el proceso natural de la adolescencia, pero acentuando la agresividad, haciendo fuerza contra los que no le dejan actuar libremente, siendo para él el mundo real el único que tiene, buscando en él el poder sobre el otro. Los castigos no harían más que incrementar la hostilidad.
¿No son estos mecanismos que siguen vigentes en los adultos? ¿No ocurre también a muchos adultos que están, como actitud básica, a la defensiva con los demás? ¿No es cierto que esta actitud as unos les lleva a refugiarse en sus mundos íntimos y siendo sumisos en el exterior y a otros a la agresividad o a la autoagresividad? Sólo ganar en autonomía y en amor a uno mismo permitiría conjurar este aprendizaje erróneo.
3. Conciencia anestesiada
Puede suceder también que la sociedad, la familia, la escuela o el ambiente en el que se mueve una persona no impidan este desarrollo, sino que lo adormezcan, anestesiándolo de múltiples maneras. Una de las más comunes y paradigmáticas es el sometimiento diario de la persona a varias horas de pantalla televisiva. O la utilización masiva e indiscriminada de Internet, de los videojuegos, etc.
También, ya a partir de la adolescencia, la promoción o la permisión de continuas actividades de diversión, habitualmente aderezado con substancias anestesiantes, resulta ser, sobre todo al prolongarse durante todo el año y durante varios años, un potentísimo y eficaz adormecedor del crecimiento personal, de prolongación de la adolescencia más allá de los treinta años. La diversión terminó siendo dispersión personal y huida de lo real, encontrándose el joven a la postre con una gravísima falta de identidad y una pasmosa debilidad de voluntad, que siempre se manifiesta en tristeza y en indefensión aprendida.