Como dijo Aristóteles, somos seres sociales por naturaleza, es decir, los seres humanos existimos en la medida que coexistimos con los que nos rodean. En efecto, necesitamos de los demás para sobrevivir, pero, además, la madurez personal se traduce en vivir para otros. Por tanto, podemos afirmar que, como personas, para vivir plenamente hemos de relacionarnos con otros, vivir desde otros y para otros.
Y esto, aunque resulta esencial en la vida de la persona, no siempre es percibido por nosotros como una experiencia gratificante. En ocasiones, las acciones y reacciones de terceros nos resultan desagradables, incomprensibles, nos alteran, nos afectan o hasta nos hieren. ¿Hay alguna manera, alguna herramienta, algún sistema, que nos permita acoger estas acciones hostiles, desagradables o hirientes de los demás sin que nos afecten demasiado y sin que nos lleven al enfado o a la ira? ¿Existe algún método para, además de que no nos afecten demasiado estas malas reacciones de los demás, facilitar el perdón? ¿Es posible que podamos seguir pensando bien de ellos y que mantengamos una buena relación a pesar de haber vivido estas experiencias negativas?
Tengo que darles una buena noticia: existe y consiste en mirar positivamente, en buscar tras la acción negativa o hiriente de otros una buena intención que los llevó a actuar así.
Y para que comprendan a que me refiero, les invito a que se pongan en situación.
Piensen por un momento que son ustedes profesores en un centro de educación secundaria y que en el ejercicio de su profesión suelen preocuparse por sus alumnos, preparar sus clases con ilusión y dejarse la piel intentando transmitirles conceptos, procedimientos, valores… Pero cierto día, después de que se hayan entregado las notas de la primera evaluación, unos padres les solicitan que los reciba porque dicen no estar conformes con la calificación que ha obtenido su hijo en su asignatura. Ustedes, como es habitual, organizan un encuentro y pocos días después de su llamada se reúnen con ellos. Nada más verlos, se percatan de que ambos progenitores muestran un rictus muy serio. Intercambian saludos y comienzan a hablar acerca de la situación del chico. Su intención es decirles que todavía queda mucho curso por delante y que, si su hijo se lo propone, puede aprobar la materia que ustedes imparten, pero también es explicarles que son varias las razones por las que ha suspendido en esta ocasión: en sus clases suele estar muy distraído, a menudo tiene que llamarle la atención porque su comportamiento no es el apropiado o porque no trae hechos los deberes… y, además, no ha conseguido alcanzar los mínimos que ustedes exigen para superar ni los trabajos ni los exámenes que ha realizado. No obstante, nunca llegan a tener la oportunidad de hacerlo porque, en cuanto empiezan a hablar, sus interlocutores comienzan a increparles y a acusarles de tenerle manía a su hijo y de haberle suspendido de forma injusta.
¿Cómo reaccionarían ustedes?, ¿cómo se sentirían?, ¿creen que serían capaces de mirar afectuosamente a esos padres iracundos?, ¿pueden encontrar tras los actos de estos padres una intención positiva?
Ahora imagínense que son ustedes padres y que siempre han tenido una conexión muy especial con su hijo mayor. Ambos comparten aficiones, a menudo se gastan bromas y se hacen confidencias… desde que él era un niño se han divertido mucho el uno con el otro y, ambos, intentan siempre buscar momentos para estar juntos. Recuerdan que cuando empezaba a acercarse a la adolescencia ustedes, basándose en sus ideas preconcebidas acerca de esta etapa vital, pensaban que su relación cambiaría, pero el tiempo pasó, esto no ocurrió y, por eso, se relajaron y volvieron a respirar tranquilos. Su relación seguía siendo muy buena y, aparentemente, su vínculo seguía intacto. Sin embargo, desde hace un tiempo, ustedes se han dado cuenta de que él está distinto: apático, cabizbajo, ausente, inusualmente callado… y esto ha empezado a preocuparles. No saben qué es lo que puede estarle pasando a su hijo. ¿Han hecho ustedes algo que haya podido decepcionarle u ocasionar ese distanciamiento?, ¿se ha metido en líos y siente acaso que hay algo que es mejor ocultarles?… Se lo preguntan, pero cuando lo hacen, las únicas respuestas que obtienen por su parte son o un frío silencio o un áspero: “Nada”. Sus charlas han pasado a mejor vida, sus chistes parecen ya no hacerle gracia y los planes o propuestas que le hacen han dejado de resultarle atractivos y son rechazados o pospuestos una y otra vez. Ahora su hijo prefiere estar solo y encerrado en su habitación o en calle, con sus amigos y, por si esto fuera poco, con frecuencia se muestra o bien irritable o bien indiferente respecto de los que le rodean, incluidos ustedes, o de lo que ocurre a su alrededor.
¿Cómo reaccionarían ustedes?, ¿cómo se sentirían?, ¿creen que serían capaces de mirar afectuosamente a ese hijo que les trata con indiferencia? ¿pueden encontrar tras los actos de su hijo la intención positiva?
Para terminar, visualícense viviendo esta tercera y última situación. En su empresa se rumorea que van a ascender a alguien de su departamento y, en cuanto ustedes se enteran, corren a contárselo a una compañera con la que siempre han estado muy unidos pensando en que, quizá, por su situación actual (se ha quedado viuda y necesita sacar adelante a tres niños pequeños), pueda interesarle optar al puesto. Ustedes se ofrecen a ayudarla para conseguirlo, pero como para lograrlo es necesario desarrollar un proyecto original e innovador, de entrada, ella declina su oferta y les dice que no se siente preparada y que no dispone de tiempo para dedicarlo a estas cuestiones. Viendo lo visto, ustedes empiezan a quedarse en la oficina fuera del horario y a trabajar duro para sacar adelante una idea que creen puede convencer a sus superiores y permitirles promocionar. Pasado el tiempo, un día le comentan a su compañera su idea y comparten con ella sus inquietudes y sus avances. Ella les escucha atentamente, les felicita por la idea que han tenido y les anima a seguir adelante. Pasa el tiempo y finalmente llega el día de presentar los proyectos. Ustedes se presentan a la hora acordada en el despacho de su superior para hacer su presentación y se sorprenden mucho cuando ven que su compañera también está allí. ¿Finalmente ha decidido presentar un proyecto? Y entonces varias preguntas se agolpan en su cabeza: ¿cuándo ha cambiado de idea?, ¿por qué no les ha dicho nada? Pero cuando su compañera comienza su exposición, todas sus dudas se disipan: la idea que ella ha desarrollado es prácticamente una copia de la suya, pero la ha presentado como propia sin comentarle nada.
¿Cómo reaccionarían ustedes?, ¿cómo se sentirían?, ¿creen que serían capaces de mirar afectuosamente a esa compañera que les ha traicionado?, ¿pueden encontrar tras los actos de esta compañera una intención positiva?
En el primer caso, una mirada afectuosa y la búsqueda de la intención positiva, probablemente les llevaría a pensar que los progenitores de su alumno están muy preocupados por él y por su futuro y completamente superados por la situación que están viviendo. Si caen en la cuenta de esto, seguramente no se sentirán muy dañados por sus malos modos, pues estarán comprendiendo que no es algo contra ustedes sino una manifestación de su cariño y sus dificultades.
En el segundo caso, esta mirada positiva les induciría a pensar que su hijo está creciendo y que enfrentarse a experiencias nuevas, luchar con sus propias inseguridades y miedos y buscarse a sí mismo y su propia identidad está resultando muy duro para él. Por tanto, interpretarán lo que ocurre como un modo de manifestación de quien está buscando quien es (y no como hostilidad o indiferencia contra usted).
En el tercer caso, rápidamente interpretarían que su compañera ha actuado así porque está desesperada, sometida a muchas presiones y verían que las circunstancias que se está viendo obligada a vivir la oprimen. Por tanto, aunque el hecho objetivo habrá sido una traición, no lo tomarán como algo contra ustedes, sino que se darán cuenta de su lucha y de que lo que le pasa es que le está costando mucho asumir y gestionar el hecho de tener que reconocerse a sí misma como única responsable de la estabilidad económica de su familia.
Pensar siempre en la intención positiva que persigue el prójimo con su acción, por molesta u hostil que parezca, nos permite dejarle en buen lugar y mantenerlo a salvo en nuestro corazón porque hace posible que descubramos que sus reacciones no lo definen, no dicen en realidad nada de quién es, sino que son producto simplemente de sus circunstancias en ese momento. Piensen bien y acertarán.
Además, mirar con afecto evita que nos dejemos afectar y nos protege a nosotros mismos porque si no interpretamos lo ocurrido como un ataque hacia nuestra persona, no sufrimos y, al mismo tiempo se nos abre a la posibilidad de comprender empáticamente al otro y de no juzgarle. ¿Recuerdan que el Evangelio nos dice: “¿No juzguéis y no seréis juzgados”?
Quien juzga, condena y, por eso, les animo a que, ante situaciones como las propuestas previamente, tengan esto muy presente y procuren buscar en los que le rodean la intención positiva y mirarles con afecto. Saldrán ganando ustedes, saldrán ganando ellos y también la relación que les une.
María Yglesias Jones