Con ocasión de la serie televisiva ‘El juego del calamar’, una serie de enorme violencia y crueldad, se ha puesto de nuevo de relieve la falta de control parental, por tanto, de abandono que sufren muchos de nuestros niños. Aunque es una serie para adultos y con enorme potencial para alentar la crueldad y la violencia extrema por mera imitación, se está descubriendo que los niños, en los colegios, ya juegan reproduciendo lo que han visto en la serie. La causa no está en la serie sino en la orfandad objetiva de estos niños.
Como seguro que saben todos, ‘El juego del calamar’ es una serie televisiva en nueve capítulos, elaborada en Corea del Sur, que ha causado furor y entusiasmo a nivel planetario. Se trata de una intensa metáfora de la crueldad y estupidez a la que conduce el capitalismo. El argumento es bien sencillo: un grupo de personas, cuyo rasgo en común es que se han arruinado (unos por especular sin escrúpulos, otros por el juego, etc.), de modo voluntario acceden a un programa de seis juegos con la promesa de que, si salen vencedores, podrán ganar una auténtica fortuna. Lo que descubren los participantes una vez comenzado el primer juego -todos juegos infantiles- es que los jugadores que ‘se eliminan’ son física y cruelmente eliminados con resultado de muerte. Aun así, perseveran todos por pura codicia hasta que queda uno sólo. El juego está organizado por un conjunto de millonarios que no encuentran mejor diversión que el espectáculo de la muerte de los demás en juegos inocentes. Se trata de una versión moderna y cruel de la visión que Hobbes tenía de la sociedad: la guerra de todos contra todos por egoísmo.
La serie está llegando sin filtros a muchos niños, como también lo hacen de modo libre otros contenidos deformantes, como la pornografía. La gravedad está en dos aspectos: en la deformación psicológica (relacional, afectiva, interpersonal) que produce en el niño que accede a estos contenidos y en lo que denota de abandono educativo y afectivo por parte de sus padres. Sin duda, no hay mala intención en estos padres, pero sí grave negligencia y, frecuentemente, la ingenuidad de pensar que ‘no pasa nada’ y que mientras que los niños ‘estén entretenidos’ todo va bien.
Lo que, en fin, se pone de manifiesto es que muchos de nuestros niños, que tienen acceso libre a internet sin límite y sin filtros no son nativos digitales sino huérfanos digitales, cuyas heridas emocionales tardarán mucho tiempo en sanar.