En todo proceso de acompañamiento, un momento clave, como hemos repetido en varias ocasiones, es aquel en el que el acompañado es capaz de reconocer lo que descubre como valioso. Lo valioso, es decir, lo objetivamente importante, actúa como horizonte hacia el que se dirige el crecimiento de la persona.
Sin embargo, quien acompaña ha de saber que se puede producir una distorsión en la percepción de lo importante. Del mismo modo que la visión física puede alterarse por deformación de la córnea lo que lleva a la persona a ver algo deforme o más pequeño de lo real, del mismo modo la conciencia de lo importante, por deformación afectiva y cognitiva puede hacer que se vea una realidad distorsionada, dando lugar a comportamientos no constructivos o, incluso, al malogro de la propia vida, de las relaciones, de la maduración personal.
Una de las causas de esta deformación ocurre cuando se toman valores inferiores como superiores o se distorsionan los valores, confundiendo unos con otros. Existen varios casos:
- Cinismo. Propio de aquellos que confunden el valor con el precio. Así, es quien cree que lo que vale mucho o lo que provoca mucho beneficio económico es lo que más merece la pena (aunque se sacrifiquen otros valores personales, como las relaciones familiares, valores éticos como la honestidad o, incluso, valores sensibles como el descanso).
- Subjetivismo. Propio de quien identifica lo importante con los propios intereses y deseos con la importancia real de los valores, es decir, medir la jerarquía de los valores por los propios intereses. Esto es propio de las personas que sin tener grandes convicciones defienden con pasión lo que les conviene en cada momento
- Distorsión nostálgica. Propio de quien sólo ve los valores del pasado. Sólo lo anterior era bueno resultando todo lo actual nocivo, pobre, defectuoso… La familia de antes era la correcta, siendo lo de ahora algo deplorable.
- Progresismo. Sólo ven el valor de lo novedoso sin apreciar el valor de lo que se recibe por tradición. Son los que rechazan, por ejemplo, ciertos valores tradicionales justo por venir de las anteriores generaciones.
- Sentimentalismo. En general, es propio de aquellos que miden la importancia de algo en función su vibración afectiva. Como la captación de los valores es afectiva, muchos de los problemas que surgen en su captación proceden de la propia alteración de la afectividad. Se pueden producir dos casos:
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- Perversión hipertrófica del afecto. Propia del egocentrismo, del yo que quiere ser siempre el centro y quiere desordenadamente ser amado. Por eso, son muy vulnerables: todo les hiere. En vez de centrarse la persona en el objeto que provoca la respuesta afectiva, se centra en su propio sentimiento. La persona se recrea en sus propios sentimientos, aunque sean desagradables.
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- Perversión atrófica del afecto. No vibra ni reacciona ante la realidad. Suele deberse a profundas heridas ante las que toma una postura de autoprotección. Es una hipertrofia intelectualista. Supone, en muchos casos, una postura de apatía ante lo importante; en otros casos la indiferencia es ante todo lo que no reporta beneficio; otras veces, simplemente, es como fruto del resentimiento.
Ante todas estas situaciones, confrontar a la persona y mostrar el contraste entre su modo de actuar y lo que anhela en su corazón suele ser buen sistema para ir superando estas circunstancias. En otros casos, hay que ponerles en contacto con experiencias y testigos en los que se revele lo auténticamente importante. También la visión para lo importante, visión propia de la afectividad y de la conciencia, pueden ser educadas y reeducadas. Quizás necesite unas gafas afectivas (reeducación) o, en otras ocasiones, simplemente, una ‘operación quirúrgica’ de sanación emocional e interior.