Con frecuencia me han preguntado cuándo acudir a un acompañamiento, o cuál es el campo propio del acompañamiento.
Aunque ya hemos definido en otras ocasiones, incluso en este mismo blog, qué es acompañamiento a diferencia del counseling, del mentoring o de la terapia, quizás sea muy esclarecedor señalar que uno de los ámbitos propios que ameritan un acompañamiento son los momentos de crisis en la vida de las personas.
En el camino de la vida de cada uno hay momentos especiales, críticos, que nos sitúan en un escenario inédito. Cuando hablo de crisis no me refiero a sucesos traumáticos, ni necesariamente dolorosos, sino a momentos de kairós, que pueden abarcar desde acontecimientos positivos que implican un fuerte cambio (como una boda, un primer hijo, la jubilación, un cambio de puesto laboral (o de centro educativo para un niño o adolescente), o, sin ir más lejos, las celebraciones de Navidad o un viaje) hasta sucesos dolorosos , de fracaso, de muerte, de divorcio, de paro laboral, de dificultades en el trabajo o con vecinos…). Todas estas circunstancias, que siempre son kairós, por tanto, fuente de oportunidades, nos llevan ‘contra las cuerdas’, ponen nuestra vida ante un escenario inédito y, por tanto, resultan frecuentemente estresantes y desestabilizadoras. Este escenario es uno de los más adecuados para acudir a un acompañamiento.
Tenemos crisis en todas las etapas de la vida y nos llevan a realizar cambios a diversos niveles. Puede llevarnos a cambios de pensamiento (sobre nuestra vida, sobre lo que considerábamos importante, sobre nuestros esquemas interpretativos), pueden conducir a cambios en las relaciones sociales, pero también puede llevar a cambios de vida, a una metacardia. Quien acompaña ha de ser, por ello, un experto en kairología, en detectar y comprender estos eventos, interpretándolos siempre como oportunidades para el crecimiento, pero sabiendo también acompañar las heridas y sufrimiento que traen consigo , es decir, sosteniendo a la persona en esta época de incertidumbre.
Cuando las redes comunitarias eran más fuertes, cuando los vínculos sociales eran más intensos y las creencias y las experiencias religiosas eran más vivas, se contaba con un espectacular escudo ante las crisis, (pues sociales y religiosamente se daba significado a las mismas y se aportaban los caminos para afrontarla). Ahora, sometidos a un atroz individualismo, diluidas las redes comunitarias y sociales (paradójicamente, en el contexto de una conectividad asfixiante), y carente de creencias y experiencias religiosas vivas y significativas (o muy debilitadas) la persona está mucho más desvalida a la hora de hacer frente a sus crisis. De ahí la urgencia e importancia de ser acompañada. Por supuesto, ha de ser un acompañamiento que vaya más allá del coaching tradicional, un acompañamiento que integre la sanación, un acompañamiento en el cual quien acompaña parte de un mapa integral del territorio (cuenta con una antropología integral). Y este es papel del acompañante y no necesariamente de un psicólogo clínico porque sufrir una crisis no significa tener ninguna patología. Los síntomas que se sienten en la crisis son signos naturales que expresan estados personales, pero no son patológicos (aunque, por supuesto, se pueden ‘patologizar’ si no se acompañan o no se gestionan adecuadamente).