Camino de la ruptura con el principio de causalidad
En la ciencia física se señala que todo efecto físico se sigue necesariamente de una causa. Así, una fuerza aplicada a una masa necesariamente produce una aceleración, un rayo de luz solar entrando por una ventana necesariamente la ilumina y el agua necesariamente hierve a los 100 grados. Y, si hago que la primera ficha del dominó se desequilibre y caiga por la fuerza de la gravedad, haré caer una serie infinita de fichas situadas una junto a la otra. Si ocurre primero uno de estos sucesos, necesariamente ocurrirá el segundo. Esto es lo que llevó al famoso astrónomo y físico Laplace afirmar que si pudiese saber dónde están todos los átomos del universo en un momento dado y pudiese contar con la fórmula adecuada y la mente capaz de pensarlo, podría saber en cualquier momento del futuro cómo será el universo. Este principio que, en general parece cumplirse en el ámbito físico, tiene una excepción absoluta: el ámbito de los seres humanos. Y es que la persona tiene la capacidad de romper con el destino, de no estar determinada por el pasado. La conciencia que la persona tiene de su propia vida y su libertad (limitada, condicionada, pero real) le permite romper con el pasado.
Por eso, en acompañamiento hay que estar muy en guardia con la indefensión aprendida del acompañado, con el “yo no puedo”, el “no soy capaz”, “no pude hacer otra cosa” …
Siempre podemos romper con el pasado. La persona crece y se libera cuando descubre que siempre puede responder con bien al mal recibido, que no tiene por qué responder al mal con mal, que puede ir más allá de la venganza, del impulso, de la violencia sufrida, o de los propios errores.
Vivir como persona es tomar conciencia de que puedo romper las cadenas del pasado, liberarnos, y mirar en paz hacia el camino que se presenta por delante.
Cuando suceden cosas, es frecuente que la gente diga, que casualidad! Yo suelo pensar que mas que casualidad es causalidad. Lo que ocurre es porque tiene que ocurrir en la persona, en el lugar y en el momento que ocurre. Y lo que ocurre es por algo y cada quien lo puede interpretar como le parezca.
Si bien como creyente, creo que todos tenemos nuestro recorrido terrenal escrito en el “libro de la vida” el cual solo Dios conoce, decir que el pasado define el destino de una persona me parece un exabrupto. Es muy interesante ver familias en las que existen varios hijos y los padres mantienen una aparente buena relación con todos ellos, en un ambiente que podríamos decir, normal, y como cada uno desarrolla una forma de ser diferente y cada uno tiene un desenvolvimiento en la vida diferente. Así, como físicamente somos diferentes, psíquica, emocional y espiritualmente también lo somos (únicos e irrepetibles) Todos tenemos cualidades innatas, que nacieron con uno. Pero otras muchas se van adquiriendo a lo largo de la vida, positivas y negativas. Las interacciones personales en el ambiente doméstico, escolar, la cultura de la persona y de la familia, el contexto económico-social, las experiencias buenas y malas, van formando nuestra personalidad en el curso de la vida. Hay personas que tienen una gran fortaleza (innata o que fue adquirida al enfrentar grandes sucesos porque tenía que hacerlo o porque si no sacaba las fuerzas o no se imponía, “se lo comían vivo”; no se si eso sea una máscara y que de usarla tanto se convierta en una forma auténtica de la persona en su vida) y aunque la vida no las haya tratado muy bien o incluso las haya tratado muy mal, salen adelante sin resentimientos ni rencores, aprendiendo de los sucesos y creando nuevas realidades. No se estancan en lo que pasó sino que salen adelante. Quizás como un mecanismo de defensa logran trascender lo malo en algo bueno. Con la firmeza de que están actuando bien, avanzan. Son personas resilientes. Otras, pueden tener una vida mucho más agradable y fácil y sin embargo, ven en todo un motivo de crítica, de desagrado, de inconformidad, unido a la incapacidad de salir de algún atolladero. Sufren mucho y hacen sufrir al entorno. Otras personas han tenido muchas dificultades en sus vidas (dificultades reales) y no han tenido la entereza o la fortaleza de enfrentarlas, o al enfrentarlas, los resultados han sido nefastos, terribles, por lo que se acobardan y se hunden en sus fracasos, en su decepción y en su depresión o por el contrario, viven con resentimiento, rencor y odio. Hay quien parece que le gustara vivir en esa situación de víctima, le saca provecho, aunque su entorno sufra. Hay personas que son “muy positivas” ante las adversidades y caen en el extremo de no darle importancia a nada, viven una vida “light”, poco edificante, superficial. De todo hay en la viña del Señor, eso es lo bonito e interesante de la diversidad.
Las personas que tienen una visión negativa de la vida, que todo son problemas (que de hecho los hay y muchos), pero que en vez de analizarlos y pensar en cómo salir de ellos o resolverlos, se quedan en el lamento, la crítica, la tristeza, o en el resentimiento y el rencor, necesitan darse cuenta de su situación, ser conscientes de ella y de las consecuencias que conlleva en ellas mismas y en su entorno, aceptarse así mismos y su situación y a partir de allí, con voluntad, deben aprender a caminar por una vía estable, segura, alegre, a confiar en sí mismos y en los demás (aunque para muchas personas no sea fácil por las traumáticas experiencias sufridas), a “desechar” los pensamientos y las personas que no ayudan a cambiar las cosas y a tomar decisiones importantes que les permitan tener una vida genuina, plena y con sentido. Necesitan ver la luz, aunque a veces pareciera que hay temor de verla.