Centrarse en lo positivo de la persona a quien acompañamos ¿no supone ignorar lo doloroso de la situación? ¿qué ventajas tiene centrarse en el aquí y en el ahora para caminar hacia adelante y hacia arriba?

Me preguntaba una brillante alumna de nuestro Máster sobre cómo compatibilizar la orientación de nuestro acompañamiento con la atención adecuada al sufrimiento y situación de la persona a quien acompañamos. En efecto, nuestra orientación personalista y personalizante pretende centrarse en lo positivo de la persona y la situación, en su dignidad, fortalezas y oportunidades, en sus apoyos comunitarios y sentido existencial, en su crecimiento. ¿Cómo se conjuga esto con la atención de sus sufrimientos y a lo inadecuado de la situación?

Por supuesto, nuestra primera actitud es la de escuchar a la persona que viene a nuestro acompañamiento/consulta. En esta escucha nos contará lo que le inquieta, su situación, el contexto, los antecedentes. De entrada, hay que escucharle con máximo respeto. Cuando decimos que nos queremos centrar en el aquí y ahora (para luego caminar hacia arriba y hacia adelante) nos referimos a que no vamos a gastar energías en hurgar en el pasado, en analizar exhaustivamente el ‘por qué’ de lo que le sucede. Más bien nos interesamos en lo que le aflige y apena hoy, en lo que le afecta hoy, para abrir caminos hacia el futuro.

Por un lado, con nuestras preguntas queremos ayudarle a que describa exactamente lo que le sucede hoy, invitándole a poner a un lado tanto el plus de imágenes asociadas, de rumia, de suposiciones e interpretaciones (que suelen agravar la situación cuando no son la causa del malestar), así como las explicaciones sobre por qué le sucedió esto. Le invitamos a que describa la situación con objetividad (como paso previo para dar pasos en su afrontamiento) pero, inmediatamente después, indagamos en todo lo positivo que hay en él y en su situación y en su contexto comunitario.

¿Por qué tomamos esta postura?

En primer lugar, porque queremos sobre todo evitar la victimación, es decir, aquella postura en la que se atribuye a factores de pasado, a factores ajenos, la totalidad de lo que le ocurre. Es lo que en psicología se denomina ‘locus de control externo’, por el cual la persona pone fuera de sí el control sobre lo que le sucede. Si el acompañado se centra en lo que va mal, en lo que le hicieron, en la actitud de otros conmigo, en lo que salió mal, en lo que teme, automáticamente excluye que pueda hacer nada para superarlo, pues piensa que tiene un problema (o, peor, que su vida es problemática) y la causa está fuera él. Por tanto, se percibe a sí mismo como víctima (lo cual se expresa verbalmente, pero también con el lenguaje no verbal: postura física, tono de queja, cara de pena…).

En el acompañamiento le invitamos a desarrollar el ‘locus de control interno’ que consiste en descubrir que uno puede tomar las riendas de su vida en algún aspecto. Quizás no somos responsables (o no del todo) de lo que ha sucedido, pero sí podemos tomar una actitud proactiva en la solución (cambiando las cosas que se puedan cambiar, aceptando lo que no se pueda cambiar o reinterpretando la realidad en caso de que se descubra que la fuente última de sufrimiento es mi propia interpretación de la realidad).

En segundo lugar, porque para sanar una herida, hemos de apoyarnos en lo que está sano. Por eso, una vez que nos han contado todo lo que les sucede y cuál es su necesidad, hemos de preguntarle sobre todo lo que va bien (para que la mirada sobre sí no traiga consigo una generalización de lo ‘malo’, sino que aprecie también lo mucho bueno que le sucede).

Si ponemos un foco en lo doloroso o carencial y lo generalizamos, podemos terminar identificándonos con ello. Así, cuando unos padres vienen a nuestro acompañamiento o coaching y nos cuentan durante 30 minutos el desastre que es su hijo (fuma porros, suspende cinco asignaturas y se pasa el día con videojuegos), luego le pedimos que cuenten durante otros 30 minutos qué de bueno hay en su hijo (para ayudarles a cambiar su mirada) y, luego, qué de bueno hay en ellos. Sobre esta mirada y este reconocimiento podemos empezar a trabajar, porque será apoyándose en lo bueno como accederán a todo lo doloroso para poder intervenir y desbloquearlo y no para quejarse.

En conclusión: partimos de la demanda de quien viene a nosotros, escuchamos su necesidad, su dolor, su situación… pero en seguida le invitamos a descubrir cuáles son sus puntos fuertes, lo que ya hace bien, cuándo abordó de modo positivo otros conflictos análogos en el pasado, qué le ha funcionado bien. Desde ahí, podemos descubrir que si algo no le va bien en la actualidad lo podemos intentar cambiar, pero apoyado en lo que ya hacen bien, en las personas con las que cuentan, en la propia experiencia positiva… Por eso, ya en la primera sesión han de llevarse un objetivo de acción en positivo para dar pasos hacia adelante. Se trata de que la persona comience a hacerse cargo de su situación, a responsabilizarse de ella y experimentando poco a poco que puede ir introduciendo cambios.

No negamos ni obviamos, por tanto, sus sufrimientos. Al revés: los escuchamos con máxima atención y receptividad porque, además, les sirve como evacuación emocional. Pero sin demorarnos mucho, dejamos de centrar la conversación en lo que pasa y en el ‘por qué’, para no aumentarlo rumiándolo. Y, menos todavía, analizamos las causas en el pasado (esto es muy propio de la psicología dinámica o psicoanálisis, pero en general incrementa el dolor y no arregla la situación). Lo antes posible, procedemos en la sesión, a través de preguntas, a que la persona verbalice todo lo bueno suyo, de su familia, de su situación, las veces que ya ha afrontado con éxito alguna situación semejante y, finamente, abrimos caminos de futuro (con objetivos que le permita tener sensación de eficacia, lo que reforzará su esperanza y su autoestima).

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