Quienes nos dedicamos al acompañamiento, en cualquiera de sus formas, no podemos rehuir ninguna de las circunstancias por las que pase la persona a la que acompañamos. Incluso, quien hace acompañamiento y no terapia, puede tener la tentación de, al derivar al psicólogo o al psiquiatra ciertos trastornos, desentenderse del acompañamiento. Pero derivar, cuando sea menester, no significa desentenderse del acompañado.
Una de las situaciones que presenta más dificultades para el acompañamiento es el del suicidio de un ser querido. Pero en esta ocasión, más que hablarles de cómo abordar esta situación desde el acompañamiento, quisiera presentarles un libro que trata del asunto con sencillez y claridad. Se trata del libro Entre el puente y el río. Una mirada de misericordia ante el suicidio, de Javier Díaz Vega, que acaba de publicar en la editorial Nueva Eva.
Como el propio autor aclara en la introducción, “El propósito de este libro no es presentar un estudio sistemático sobre el suicidio (…) Lo que me propongo es, sencillamente, acompañar el paso de quienes han vivido esta realidad de cerca”. Por eso nos ha interesado tanto: porque ofrece claves, desde un tono testimonial, para el acompañamiento de personas que han sufrido la muerte por suicidio de un ser querido.
El ensayo, ágil, de amable lectura, constituye en sí mismo una muestra y testimonio de cómo afrontar el suicidio: el primer capítulo relata la propia muerte por suicidio de la propia madre del autor. Y es que contar para afrontar es siempre un paso fundamental. A partir de este testimonio transparente y valiente, Javier Díaz va presentando los diversos niveles, experimentados en él mismo, de abordaje de esta situación. Estos niveles responden a la propia idiosincrasia del autor.
Javier Díaz es hijo, es cristiano con una fe activa y es psicólogo. Estos son los enfoques con los que aborda el acompañamiento.
Ante todo, presenta su dolor como hijo, los sentimientos que afloran en el momento del acontecimiento del suicidio de su madre y en las primeras horas, así como el proceso de vuelta a la normalidad tras todo ello, con sentimientos intensos de culpa y de ira. Cualquier lector que haya pasado por ello – o por sufrimientos intensos, en general- se va a sentir reflejado y, por tanto, comprendido. Y va a comprender el valor terapéutico y liberador de contarlo, de decidir ser y salir adelante, de no anclarse en la lamentación y de “pasar página tras leerla”.
El tono, en todo el libro, es de esperanza, pues muestra quien le ayudó (comunidad de apoyo, su familia, su novia, sus compañeros), qué le ayudaba (por ejemplo, la lectura del libro El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl), y, sobre todo, su fe (a la que dedica el segundo capítulo). No es un libro para creyentes, pero muestra una verdad antropológica esencial: la fe religiosa (real, experiencia, viva, acogida como don) es una ayuda inestimable para no sucumbir a un dolor tan intenso, para la aceptación creativa del sufrimiento, para vivir con esperanza. El hecho de partir de la propia fe cristiana, en contra de lo que le pueda parecer a alguien con (de)formación reductivista y cientificista, es una ventaja a la hora de afrontar este tipo de dolor. Tener fe no elimina el dolor, pero permite un abordaje más humanizante y misericordioso. ¡Estamos, afortunadamente, ante el ensayo de un psicólogo rompedor de moldes y nada convencional!
Mostrando el propio libro un proceso de sanación y de experiencia correcta de duelo, en la cuarta parte presenta desde un abordaje más psicológico-sin perder claridad- los factores de riesgo que pueden confluir en el suicidio, tanto generales como por edad. Sin duda este capítulo también será de interés para todo aquel que se dedique al acompañamiento, porque además trata del duelo, de los diversos tipos de reacción y de las ideas erróneas sobre el suicidio que conviene confrontar en un acompañamiento. Por último, ofrece una quinta parte con testimonios sobre el suicidio (necesarios para comprender la complejidad del hecho, la imposibilidad de enjuiciar a quien lo lleva a cabo, etc.).
Para acabar, propone unos recursos básicos generales y para profesionales, acabando como comienza: con un canto a la esperanza. Entre el puente y el río siempre cabe la misericordia.
¡Excelente!
Estoy profundamente conmovido y agradecido por esta reseña, como autor del libro, estoy casi sin palabras por la belleza y suavidad con la que habéis plasmado lo que yo he intentado recoger en esas páginas, que en gran parte es el propio corazón sanado.
Gracias de corazón.
Estimado Javier:
Tu libro es muy luminoso. Precisamente por ser experiencial pero, a la vez, reflexivo… justamente por ofrecer una perspectiva psíquica pero también espiritual… este libro-testimonio resulta de especial interés no sólo para los que transitan por el valle oscuro de una situación así sino para quienes les acompañan. Se agradece que haya menos tecnicismo y más calor. Enhorabuena. Xosé Manuel Domínguez Prieto
Muchas gracias Prof Xosé Manuel. En un tema de gran importancia y quizás de los más sensibles de manejar sobre todo cuando hay personas que por sus grandes e inevitables sufrimientos piensan en el suicidio como una alternativa de ”liberación”.
Tuve la experiencia de vivir el suicidio de una médica hematóloga, hermosa persona en todos los aspectos, joven, muy bella, casada, con dos hijos pequeños con inteligencia sobre lo normal, con un esposo maravilloso y sin embargo, por motivos al menos para mí desconocidos, tomó la decisión de suicidarse. Era mi médico adjunto al Servicio de Inmunohematología, en el que ejercía como Jefe en el Banco Municipal de Sangre de Caracas en aquella época. Era mi mano derecha. Me afectó mucho y como cristiana católica, temía por la condenación de su alma, como nos lo suele inculcar la religión. Sin embargo, una persona tan buena como ella, a mi entender y en mi corazón, no debería ser condenada por Dios que es pura misericordia. Quien sabe que pasó en su mente, que la llevó a esa terrible decisión. Fue muy triste para el Servicio, para todo el Centro, y para mí.
Si bien la espiritualidad o el ser creyente ayuda en estas circunstancias a procesar el hecho y a superarlo, recordando las diferentes reacciones de sus allegados, compañeros de trabajo y amigos de ella, no recuerdo que hubiera sido más difícil de superar por las personas no creyentes e incluso agnósticas o ateas de la Institución. Quizás estuve pensando en ella por un tiempo largo a diario porque me impactó mucho el suceso, estuve a su lado en la clínica (se tomó unas pastillas para quedarse dormida para siempre y no lo logró en primera instancia, sino posteriormente por las complicaciones que fue presentando). Recé mucho (y aún cuando la recuerdo lo hago) por su descanso eterno en la Gloria del Señor. Obviamente no es lo mismo tener sentimientos de culpa y otro tipo de actitudes negativas frente a un hecho de esa magnitud, que extrañar su presencia y lamentar que hubiera dejado a su familia de esa manera.
Compraré el libro. Debe ser muy interesante. Muchas gracias.
Graciela