En la anterior entrada de este blog mostrábamos cómo el coach familiar tiene un lugar propio entre los profesionales que se ocupan del cuidado de las personas y su perspectiva es distinta y complementaria de otros profesionales como los psicólogos o los orientadores familiares, por lo que no sólo no entra en colisión de competencias, sino que su trabajo es complementario.

El coach familiar, bajo nuestra perspectiva, parte siempre de una visión positiva de la familia entendida como comunidad en crecimiento, como comunidad formada por personas. Por tanto, se trata de un coaching o acompañamiento puesto al servicio de la plenitud de la comunidad y de las personas que la componen. Tiene en cuenta un cierto modelo antropológico, el personalista, según el cual la persona está llamada a crecer hacia su plenitud, desde un sentido existencial y desde una experiencia comunitaria, de encuentro con otros.

Nuestro modelo de coaching familiar difiere no sólo de otras actividades como la psicoterapia y el counseling, sino que se diferencia de los modos habituales de hacer coaching, que no tienen clara una fundamentación antropológica. La carencia de esta antropología permite que para muchos el coaching sea un conjunto de técnicas dirigidas ‘al hacer’ o a conseguir ciertos objetivos prácticos que al crecimiento personal y familiar integral. Un coach debe contar, como mapa del territorio, con una idea antropológica clara de qué es una persona y una familia. De carecer de este fundamento, el coach puede terminar utilizando técnicas sin más objetivo que la complacencia subjetiva del coachee u orientarse a ‘solucionar problemas’, o ser dócil a los dogmas ideológicos del momento. Pero el coaching personalista y, dentro de él, el coaching familiar, ni está orientado directa y prioritariamente a ‘solucionar problemas’, ni a quitar síntomas ni a ‘arreglar’ familias o personas ‘estropeadas’, ni a favorecer unos a priori ideológicos.

¿Por qué es tan importante contar con esa antropología? Porque en esta modalidad de coaching o acompañamiento familiar, en la que se pretende una visión integral, aunque no se llevan a cabo ‘diagnósticos’ (en el sentido de la psicoterapia, pues cada persona es única, cada situación es única y no queremos etiquetar a la persona ni reducirla a ‘un caso’), sí hace falta comprender en qué afecta la situación en al que está a su ser personal. Sólo de esta manera, los pasos que se puedan dar serán integrales y profundos, y no epidérmicos. En coaching o acompañamiento familiar no nos interesa tanto el por qué como el para qué de las situaciones.

Finalmente, digamos que el coaching familiar o el acompañamiento personal se trata de un proceso definido por ser

  • Un encuentro personal entre la familia, el matrimonio o persona y un acompañante (coach). La relación yo-tú se presenta como el medio de descubrir la realidad, la propia realidad, como modo de ser interpelado y de ser movidos a una respuesta. Este encuentro se realiza mediante el diálogo (de ahí que este modelo de coaching personalista se adjetive como ‘dialógico’.
  • Un camino en el que la familia o el matrimonio o la persona gana en conciencia sobre sí misma, sobre la realidad en la que está, sobre la calidad de la comunidad familiar o relación matrimonial, sobre los valores e ideales de su vida y sobre su sentido existencial.
  • Un proceso prudencial, es decir, un proceso en el que la familia, el matrimonio o la persona son los responsables de su vida. No son ‘pacientes’ en la ‘consulta’ sino agentes del cambio de su vida, los protagonistas del encuentro. Por eso, han de ser ellos los que propongan los pasos más eficaces para realizar su vida y realizarse con otros (autorrealización y ‘nosrealización’).
  • Un proceso que desemboca en la acción tras un proceso de discernimiento y elección u opción voluntaria. Todo el proceso ha de avanzar a través de los compromisos con acciones concretas que el coachee va haciendo y que se van revisando sesión tras sesión. No se trata, por tanto, de sesiones de análisis o de realización de test o de propuestas por parte del acompañante, sino de procesos dirigidos en cada sesión a introducir pequeños cambios con los que se comprometen quienes asisten a las sesiones.
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