La realidad es nuestra gran maestra. Aunque posiblemente es la primera vez que la mayor parte de nosotros se ve inmersa en esta situación de pandemia y confinamiento no somos la primera generación de humanos que pasamos por dificultades semejantes e, incluso, mucho mayores. Es el momento de acudir a la historia para conocer cómo afrontaron otros sus dificultades.
Estos días he recordado otras situaciones de confinamiento en el propio hogar por razones terribles, como fue el caso de la adolescente Ana Frank, su familia y cuatro vecinos más, ocultos y cerrados en su piso durante ¡dos años y medio! en Amberes para ocultarse de los nazis en los años 40. Leer estos días su famoso Diario nos permite entender mejor que nunca las privaciones, temores y dificultades que vivieron.
Todavía en condiciones peores estuvo Viktor E. Frankl, médico vienés, recluido en varios campos de concentración desde 1942 a 1945 como preso por ser judío.
Tanto Ana Frank como Viktor Frankl nos enseñan algunos aspectos básicos de cómo salir adelante en estas circunstancias extremas. Quizás lo más importante que hemos de destacar es lo que vivió la propia Ana Frank y concluye el médico vienés tras su propia experiencia en Auschwitz, Dachau y otros varios campos en los que estuvo recluido, y tras observar y tomar nota de lo que vio en otros: afrontan con más solvencia situaciones extremas de reclusión y de vida quienes tienen un para qué por el que vivir y toman conciencia de él. Quien tiene claro un ‘para qué’ de alto nivel resuelve ‘como’ vivir (pero no al revés). Contar con personas a las que cuidar y querer, contar con una experiencia y fe religiosas activas, llevar a cabo una tarea que beneficia a otros, etc., se presentan como experiencias que dan sentido a la vida y ayudan de modo definitivo a afrontar dificultades.
Uno de las frases clave de nuestra perspectiva y aportación en el arte de acompañar resulta un corolario necesario de esta enseñanza de Frankl: vivir siempre hacia adelante y hacia arriba. Que la mirada y la vida, en tiempos difíciles, siempre ha de ser una mirada que se fije en lo que viene por delante y en lo trascendente. Mirar hacia atrás, la rumia de lo que ya no es o se perdió, y zambullirse agónicamente en los propios temores y miedos (que son fruto de la imaginación y no de la realidad) son el trayecto contrario a lo que proponemos. Y es justo el que se empeñan en vivir algunos de nuestros conciudadanos, cayendo en ansiedad, desesperación y otros síntomas fruto no tanto de la realidad como de mirar demasiado hacia uno mismo.
Acompañar no es aconsejar, ni proponer mis propios criterios o caminos a otros, sino caminar con él para que descubra por sí sus propios caminos, su propio horizonte y su propia realidad. Esta tarea, apasionante, humanizante, es hoy más necesaria y útil que nunca.
Es muy interesante esta propuesta. Ahora no es el tiempo de “mirarnos al ombligo”. Esto sería recrearnos en nuestro egoísmo y añorar aquello que ahora parece que nos impiden hacer. El confinamiento no es una imposición arbitraria de las autoridades, sino el recurso necesario y urgente para frenar esta pandemia que estamos viviendo.
El coronavirus nos confina en nuestras casas, y es bueno, por nuestra salud y por la de los otros. Para evitar la propagación y el contagio. Y nuestra responsabilidad es seguir estas indicaciones.
Pero este confinamiento también tiene sus ventajas: Ahora es el momento de mirar a nuestro interior, descubrir el gran mundo que llevamos en nuestro ser, abrirnos a lo íntimo de nuestra existencia. Este confinamiento lo podemos vivir como una “cárcel” o como una “cartuja”, depende de nosotros.
Y esta cartuja nos permite poder dedicar más tiempo a la oración, a la meditación, a descubrir la trascendencia, a la búsqueda del silencio, a nuestra propia comunicación interior. En definitiva, al encuentro con nuestro propio ser. Y, no solamente para nosotros mismos, sino vivirlo con nuestras familias. Mirar hacia dentro de nuestras familias, rezar unidos, tener contactos verdaderos, sentir la cercanía como una bendición.
Sí, el coronavirus nos ha puesto “contra las cuerdas” de nuestra propia existencia y nuestra mediocridad. Contra el ajetreo de la vida cotidiana. Contra las prisas y el no parar. Es verdad que ha sido un parón en seco, pero, o bien lo podemos aprovechar, o bien lo podemos vivir de forma anodina. Lamentándonos de nuestra situación, en lugar de alegrarnos de vivir.
Nuestra reclusión es necesaria para examinar nuestra capacidad de donación, de entrega y de caridad para los demás. Utilicémoslo para comunicarnos mejor, entre nuestra propia familia, los que vivimos en el mismo lugar, comunicarnos con nuestras familias que viven en el exterior, con los amigos, con los que queremos.
Suplir la imposibilidad de estar junto utilizando nuestra inventiva. Hoy en día no nos faltan recursos, estamos más comunicados que nunca. Podemos compartir con otros como llevamos nuestra clausura en modo conventual. Compartir unidos, rezar unidos. En fin, no perder el contacto y tener estas “reuniones virtuales” que pueden fortalecernos.
Y para los cristianos, aprovechemos estas circunstancias cuaresmales para vivir la cuaresma en todo su sentido. Pero no perdamos el tiempo, igual la vida no nos ofrecerá otra oportunidad.
Desde mi retiro, os animo a vivir la interioridad de nuestro vivir.