Que algo se repita continuamente trae como resultado que se le dé carta de naturaleza. Pero a veces el uso perverso del lenguaje termina por deformar la realidad.
Se habla, por desgracia ahora más que nunca, de los “abusos sexuales”. ¿Han reparado en qué significa la palabra “abuso”? Etimológicamente, la palabra abuso procede del término “uso”. El abuso consiste, pues, en utilizar algo de modo desmedido, en utilizarlo mal, en usarlo inapropiadamente. Por eso, se habla de abuso de autoridad (quien utiliza mal su autoridad excediéndose en sus atribuciones) o del abuso de confianza (utilizar la confianza que alguien os otorga para engañarle o perjudicarle) o, incluso, de abuso de superioridad, de abuso del derecho, etc.
Sin embargo, en el ámbito de lo sexual, que es un ámbito personal, nunca podremos decir, si hablamos con propiedad, que el abuso sexual es un uso desmedido del sexo en una persona, o un uso con engaño, porque, ante todo, a las personas no se las usa y, si se las usa con engaño, lo que ocurre es más que un abuso. Usar a alguien, incluyendo los fines sexuales, supone cosificarla, lo que es contrario a su dignidad como persona.
Pero, sobre todo, el término “abusos sexuales” supone un eufemismo, porque lo que ocurre no es un uso excesivo o inadecuado del sexo sino una agresión a una persona (que, en este caso, se produce con connotaciones sexuales).
Quienes acompañamos personas que han sufrido agresiones sexuales sabemos que dejan una huella especialmente intensa, porque supone una agresión a la persona en su corporeidad y en su intimidad. Por eso resulta especialmente traumático. Por tanto, no se puede esconder la gravedad del hecho bajo un eufemismo cosificante como “abuso”, porque de lo que se trata es de una agresión, muchas veces agravada por la temprana edad del agredido, que le impide tomar postura interna o distancia respecto del agresor (muchas veces de su entorno familiar o de amigos).
Todo abuso sexual es, pues, una agresión (aunque en sentido jurídico no se aprecie violencia), porque la agresión no sólo es un ataque con violencia física, sino todo atentado -por edulcorado que se quiera presentar- a la dignidad de la persona en su corporeidad.
Una reflexión final: tal es la inundación de imágenes pornográficas, que se ha terminado por normalizar la agresión sexual (el uso, el abuso y la utilización de la persona en su sexualidad) como fenómeno natural o, incluso, como espectáculo, en el que se usa de la mujer o del niño como cosa, sin que ya perturbe la conciencia del que lo ve. También esto ha de ser sanado.