Siempre me ha llamado la atención que en los aeropuertos y estaciones de ferrocarril  haya una tan nutrida oferta de los llamados ‘libros de autoayuda’. Aún más me pasma, cuando paseo por ciertas librerías grandes en cualquier parte del mundo, que la sección de los libros de autoayuda sea más amplia que las de libros de filosofía, arte o poesía,  y casi tan amplias como las de psicología. Y lo que me asombra no es tanto la demanda de estos libros sino el propio calificativo de ‘autoayuda’, porque me parece fraudulento.

Creo que  la pretensión de autoayuda es contradictoria por tres razones:

La primera razón es meramente semántica: el verbo ayudar implica, cuando menos, a dos personas: una que ayuda y otra que es ayudada. Ayudar es siempre ayudar-a. Nadie sale de una ciénaga o un pozo tirando de su propia melena (o coleta, como en el caso del Barón de Münchhausen).

En segundo lugar, el ser humano es esencialmente comunitario. Y este ser comunitario va mucho más allá del ser-con otros, del ‘Mitsein’ heideggeriano.- Somos con otros, existimos con otros, pero sobre todo, existimos desde otros y para otros. Y esto supone que nos han apoyado, impulsado, sostenido, educado, cuidado… ayudado. Y que, al llegar a la madurez, somos nosotros los que ayudamos, apoyamos, impulsamos, sostenemos, educamos  y cuidamos a otros (todo aquello a lo que se refiere el término griego ‘therapeuo”, de donde viene ‘terapeuta’).  Nos constituimos, pues, siendo ayudados y ayudando a otros.

Y, en tercer lugar, porque el mismo libro llamado de autoayuda está escrito por una persona distinta al ayudado. Es decir, su misma esencia es falaz: se trata de que alguien, sin duda con buena intención y, posiblemente también barruntando un beneficio económico, escribe un libro para decir a otros como ser feliz, como afrontar sus problemas o como conseguir éxito. Por tanto, hasta un libro de ‘autoayuda’ es un libro de ‘heteroayuda’: se trata de alguien que dice a otro cómo mejorar un aspecto de su vida. Por tanto, no es de autoayuda. Para ser de autoayuda tendría que escribirlo y leerlo uno mismo. Pero, además, los libros de autoayuda caen en un error esencial: pretender que hay recetas mágicas, fórmulas magistrales, consejitos universales, a la hora de afrontar la vida. Lo que le ha servido a él para tener éxito no es lo que le puede servir a otros, porque cada uno está en una circunstancia distinta y, probablemente, ni siquiera entienda de la misma manera qué es el éxito. Y ocurre igual con la felicidad o con los problemas. Sólo en un sentido el libro de autoayuda lo es literalmente: si tiene éxito, es una autoayuda económica para quien lo escribe y lo publica. Pero nada más.

En realidad, la auténtica ayuda ocurre en el acompañamiento. Incluso es en acompañamiento donde uno mismo puede poner en marcha lo mejor de sí, pero siempre desde otro. Y, finalmente, para otros. Acompañar es la antítesis de dar fórmulas mágicas, de decir cuatro consejitos sonrientes, de exponer “Las siete reglas de oro para ….”.

Acompañar es un proceso donde el principal experto en sí mismo es el acompañado y en el que el acompañante, que ha de tener conocimientos pero no recetas, sabiduría pero no información técnica, se pone junto al otro para hacer juntos un camino, lleno de sorpresas y que permitirá, quizás, hacer crecer a ambos.

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