Cada sesión de acompañamiento, y a fortiori, de acompañamiento familiar, necesita ser revisada y valorada como parte del aprendizaje del propio acompañante y para que no se convierta en un ‘oficio’ sino que sea siempre un acto de amor y de donación a quien se acompaña.
Pensando que puede ser útil para algunas personas que acompañan, vamos a transcribir algunas observaciones hechas por mí o por mi equipo de trabajo a algunas sesiones concretas de acompañamiento realizadas en el CAF o por alumnos de nuestro Máster en Acompañamiento familiar. Quizás sean de interés para otros.
Acompañamiento II
Estimado amigo:
En primer lugar tengo que decirle que su sesión de acompañamiento resulta admirable porque la ha afrontado en toda su complejidad. Habitualmente, una sesión de acompañamiento se centra en sólo un tema o situación pero veo que usted ha afrontado tres áreas simultáneamente. Esto hace las cosas más complejas pero puede resultar más enriquecedor si no se tiene la oportunidad de nuevas sesiones, como es el caso.
Si me permite, voy a hacerle observaciones en dos sentidos: primero respecto del propio proceso de acompañamiento que me refiere presenta y luego sobre el área disfuncional que tiene esta persona de la familia que presenta dolores somatomorfos de origen funcional
Respecto de su sesión de acompañamiento, creo que es excelente. Como le decía, sin duda, lo ideal es centrarse sólo en un problema o situación. Pero, como le dije, entiendo que por razones de tiempo, abordase tres. Sin embargo, esto hace más compleja la sesión y se hace más complicado para los acompañados discernir los frentes a los que va a atender y a afrontar.
Ha sido clave que comenzase ofreciendo esperanza y alivio. La ‘sanación’ y evacuación emocional son claves esenciales en todo acompañamiento.
Las preguntas que les fue formulando están realizadas con maestría, pues permitía a los padres afrontar mejor su realidad y evitar todo victimismo. También ha empleado con maestría las metáforas para hacerse comprender por parte de los acompañados.
Por los miedos que muestra la madre, es evidente que hay factores que influyen directamente en la baja autoestima del hijo. Es bueno tener esta hipótesis desde el comienzo. Pero no sólo habrá que trabajar con padre y madre: El hijo tiene que ser protagonista de su crecimiento y de cómo afronta la situación, y no mero sujeto pasivo (de ahí la importancia de haber tenido también algún encuentro con el infante y alguna búsqueda de trabajo terapéutico psicológico para él).
Por otro lado, veo con alegría que el acompañamiento lo ha enfocado al descubrimiento por parte de los acompañados de qué pueden hacer ellos para afrontar su situación y la del hijo y no a decirles qué vamos a hacer nosotros por ellos o a decirles qué tienen que hacer (aunque vengan con esta demanda).
Respecto de los síntomas que presenta el hijo veo que usted propone, entre otras medidas, su medicalización por un especialista. Pero dado que estos síntomas son manifestación de los propios conflictos de la persona, ¿cómo intervenir etiológicamente? La medicación puede incluso disfrazar el síntoma y no permitir su afrontamiento. La clave está en preguntarle el para qué de su síntoma, de qué le está hablando, sobre todo porque, por lo que me cuenta, se trata de una patología funcional. Quizás un ansiolítico puntual le pueda venir bien: ¿pero cómo va a afrontar ella su situación? Esta es la clave.
Justo de esto quisiera hacerle un apunte. Creo que, para entender bien qué le sucede a la madre y al hijo, habrá que entender la causa de su malestar y saber interpretar el significado que nos manifiesta su síntoma. Me atrevo a proponerle la siguiente clasificación de las patologías, en función de su origen o genos (corporal –somatógenas– o psíquicas –psicógenas) y en función de su manifestación (somática –fenosomáticas– o psíquica –fenopsíquicas–):
- Enfermedades somatógenas y fenosomáticas como la gangrena o una infección vírica (aunque se sabe que hay más o menos predisposición a la infección en función del humor o el nivel de alegría. En realidad, como han postulado pensadores como Weizsäcker o Rollo May, toda biopatología tiene un componente psíquico y personal profundos, pues como señalaba Jaspers, “todo el cuerpo puede ser aprehendido como un órgano del alma (…) Ni siquiera las enfermedades orgánicas son independientes de la psique en su desarrollo (…) El alma busca, para su influencia patológica en el cuerpo caminos abiertos” ). También la diabetes está vinculada en su aparición o agravamiento a alteraciones afectivas y psíquicas o ciertas enfermedades autoinmunes como la de Graves-Basedow o el lupus eritematosus están claramente vinculadas con conflictos afectivos o personales no resueltos que se simbolizan en esa forma.
- Enfermedades somatógenas y fenopsíquicas como la depresión somatógena y, en general, los síndromes afectivos orgánicos, causados por una enfermedad física grave como un tumor o un infarto, una alteración neurológica como el Párkinson o la esclerosis.
- Desórdenes psicógenos y fenosomáticos como la conversión, muchas formas de lumbalgia (aunque posibilitado por determinadas condiciones físicas, como en el caso de que la lumbalgia pueda tener su causa próxima en una hernia. La psique elige inconscientemente el locus minoris resistentiae para manifestar su conflicto o bien un órgano con capacidad simbólica), convulsiones y desmayos histéricos, somatizaciones, asma, colitis, aerofagia, dispepsia nerviosa. Dentro del ámbito de la psicosis encontramos la catatonía, la catalepsia, la inmovilidad apática, estados hipercinéticos o las afasias. Creo que las crisis de dolor, salvo otros datos clínicos que usted tenga y que no ha manifestado, parece tratarse de dolores somatormorfos, por tanto, de origen psíquico y que, a su vez, manifiestan y llaman la atención sobre un conflicto personal, Este es el que habría que acometer.
- Desórdenes psicógenos y fenopsíquicos como los estados obsesivos, compulsivos, los delirios propios de la esquizofrenia (las cuales, de todas formas, tienen resonancia bioquímica: al ser la persona un sistema unitario, no hay alteración en un aspecto psíquico que no esté acompañado por una modificación bioquímica y cerebral). En realidad, muchas de las tradicionalmente llamadas psicopatologías neuróticas son, principalmente, problemas de la vida cotidiana o efectos de problemas de la vida cotidiana. Los trastornos de angustia, las fobias, los trastornos obsesivos, las somatizaciones y las conversiones, muchas de las depresiones y los llamados trastornos de personalidad (especialmente en el caso del histrionismo, el narcisismo, el trastorno antisocial o el trastorno por evitación) son en muchos casos meros estadios en el proceso de maduración de la persona a los que la psiquiatría académica los ha estigmatizado nosológicamente.
En todo caso, es de alabar que se dé cuenta de que el abordaje de la situación trasciende con mucho lo meramente orgánico (aunque se manifiesta físicamente).
Reciba mi admiración por su trabajo