A la hora de acompañar matrimonios y parejas, es necesario tener en cuenta un hecho clave: su desinstitucionalización. En Europa, y por supuesto en España,  la cohabitación de hombre y mujer sin casarse, previa o no al matrimonio oscila entre el 90% al Norte de Europa y el 30% al Sur. Pero el dato más significativo a efectos de lo que queremos mostrar es que la suma de matrimonios civiles y religiosos es menor que las uniones sin ningún vínculo legal y público.

Una mirada serena al fenómeno nos permite descubrir algo muy positivo. Esta desinstitucionalización del matrimonio supone que ya no son vigentes modos de comportamiento socialmente inamovibles sino que las formas de convivencia dependen de la opción que libremente se tome. Esto supone una revalorizan los vínculos interpersonales, del diálogo, del tener que sentarse a dar forma a la propia relación. Y esto es un valor positivo.

Las relaciones de pareja ya no vienen prescritas socialmente en su totalidad sino que en parte hay que decidirlas en común y pactarlas. Y esto supone una mayor igualdad en la relación hombre-mujer. En este contexto de democratización y opcionalidad, se vive una necesaria mayor autenticidad y creatividad en las relaciones de pareja y – si llegan- con los hijos. Se impone la necesidad de dialogar (lo cual no es muy habitual que se sepa hacer y que es para muchos aprendizaje para toda una vida) y, en fin, la necesidad de construir una comunidad de personas (más allá de sus roles). Todo ello resulta personalizante y muy positivo.

La otra cara de la moneda es que al no haber pautas prefijadas, al no contar con la seguridad de un compromiso firme y, muy frecuentemente y ligado a lo anterior, al haber una menor madurez emocional, la fragilidad de la pareja es mucho mayor.

Este rechazo de todo compromiso público y de toda institucionalización da lugar a una mayor conflictividad y fragilidad de la pareja. A esta inestabilidad contribuye no poco la inmadurez afectiva y moral de una parte importante de la población adulta occidental. Prueba de ello son las razones que se aducen para las rupturas de estas parejas: 40% infidelidad, 25% malos tratos, 20% descubrimiento de que el otro en realidad es incompatible con uno (¿a qué se dedicaron en el noviazgo?), 7% alcoholismo, abandono 5%, adicción 2%, otras causas 3%.

Y, en todo caso, esta ruptura constituye, salvo en el caso de profunda inmadurez, una auténtica herida biográfica de difícil recomposición. La mayor fuente de estrés personal es el producido por la ruptura del proyecto de pareja.

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